Licitación al gusto


Por Miguel Ángel Granados Chapa
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El pasado presente.- En la noche del diez de octubre de 2009, hoy hace precisamente un año, tropas militares y de la Policía Federal se apoderaron de las instalaciones del organismo público denominado Luz y Fuerza del Centro. Desalojaron al personal que se hallaba en las subestaciones e impidieron el que se llevaran consigo ni siquiera sus pertenencias personales. Horas después se dio a conocer el decreto de extinción de esa empresa pública, con lo que de un plumazo se dejó sin empleo a cuarenta y cuatro mil trabajadores, miembros todos del Sindicato Mexicano de Electricistas, del que también forman parte veintidós mil jubilados cuyo destino es incierto todavía, un año después.


César Sánchez, un joven ensayista y crítico de arte, vinculado al SME por su interés en el mural que realizó en las instalaciones del sindicato un grupo de pintores españoles recién llegado a su exilio, ha escrito "El poder del estado mexicano contra los electricistas. Crónica del asalto del diez de octubre". El relato sobre lo ocurrido en esa fecha se sitúa no lejos del domicilio principal de Luz y Fuerza, en el Circuito Interior esquina con Marina Nacional. Comienza con el diálogo de una pareja que había apagado el televisor cuando transmitía un juego de la Selección mexicana de futbol:

"¿Qué carajos pasa?, se interrumpió a sí misma de repente. Ya son muchos helicópteros, ¿no te parece? Ya han de haber hecho su desmán acostumbrado los que se ponen la verde.

- Sí, ha de haber pasado algo -le respondí a Karla mientras ella abría el balcón y corroboraba el vuelo de más de dos helicópteros que rodeaban toda la colonia San Rafael. Prendió el televisor para ver si había algún comentario en relación con el insistente sobrevuelo de los helicópteros.

- Miguel, espera ¡espera!, hazte a un lado. ¡No mames! ¡Puta madre! ¡Ya valió madres!

- ¿Qué pasó?

- Ven a ver esto, Karla. Nos quedamos atónitos ante las imágenes que transmitía el televisor: el edificio de Luz y Fuerza del Centro rodeado por granaderos de la Policía Federal Preventiva, escenas que parecían haber sido realizadas por su fábrica de sueños. Los soldados vestidos de policías bajaban de sus camiones grandes placas de metal que una a una en línea iban conformando una fortaleza en torno a las oficinas centrales de la empresa paraestatal.

- ¡Me voy! -le dije a Karla al momento en que me vestía en ropa de calle.

- Pero, ¿qué hacemos?, ¿qué hago?

- Ten prendido el celular y la computadora. A lo mejor por internet te enteras de lo que está pasando.

- ¡Muy bien... Te cuidas!

En cuanto salí del departamento no dejé de correr. Pensé: el edifico de Luz y Fuerza está tomado; ese es un hecho. ¿Qué estaría pasando en las oficinas centrales del SME? Tres cuadras me apartaban de saberlo, por lo que decidí dirigirme a él.

- Poli, escuche: no deje pasar a nadie, son órdenes expresas de Nacho. Por favor. Espere, me llaman. Sí, bueno, ¿bueno? ¿Bueno? ¿Qué pasó, Karla?

- De la chingada. Hace apenas cinco minutos que llegaron los primeros secretarios, nadie sabe realmente qué está pasando. ¿Tú tienes algo?

- Sí, en internet, en la página de la Secretaría de Gobernación acaban de subir un decreto. Subrayé algunas cosas que creo que es importante que sepas. ¿Te las leo?

- Sí, adelante, escucho.

- Decreto por el que se extingue el organismo descentralizado Luz y Fuerza del Centro...

- ¡No, no, no! ¡Al carajo su decreto de extinción y lo que tenga en mente la clase política mexicana!

Negro -se escuchaba atrás del escenario del auditorio, al pie de las escalinatas que conducen a los camerinos, los gritos que Eusebio dirigía a Reynaldo, también conocido por el apodo de el Negro, encorvado de la espalda por la firme actitud de mantener metidas sus dos manos en los bolsillos de su pantalón de trabajo, mientras Eusebio Álvarez se mantenía a la expectativa y en actitud de reacción inmediata ante lo que pudiera presentarse.

- ¡Hola, Negro! ¿Cómo estás, Eusebio?

Me acerqué a ellos en busca de un grupo al que adherirme y con el cual compartir la incomprensión e incertidumbre que gobernaba en esos momentos.

- ¡Cómo hemos de estar, pinche César! ¡De la chingada! ¿No crees tú?

Sólo atiné a responderles asintiendo con la cabeza. Distraído entre lo que decía Eusebio y lo que sucedía en el auditorio, Reynaldo trataba, no con mucho éxito, de mantener la calma.

- ¿Qué vamos a hacer? Ya nos chingaron.

- Espera, Negro -le contestó Eusebio con tranquilidad, al tiempo que le palmeaba la espalda, intentando transmitirle confianza.

- A partir de este momento debemos tener mucha cautela y actuar con astucia e inteligencia, Mucho me temo que este madrazo no es sólo un golpe contra el SME, sino a toda la clase trabajadora de México -siguió diciendo Eusebio en tono burlón- y es que en la mentalidad emprendedora del ser neoliberal no cabe el mínimo respeto por las garantías laborales de los trabajadores".