Mujeres electricistas, la energía de lucha laboral en México
Por Daniela Pastrana
Peña, con pantalones de mezclilla y el rostro libre de maquillaje, lleva a cuestas siete meses de desempleo y 27 años como trabajadora de Luz y Fuerza del Centro (LFC), una compañía a la que un decreto presidencial impuso su inmediata extinción en octubre de 2009. Pero eso no le quita el ánimo para pasar horas inclinada sobre una pancarta.
"Las y los trabajadores electricistas sufrimos una transformación de 180 grados en nuestras vidas, porque nos sentíamos intocables, o tocados por Dios", dijo mientras pintaba de negro y rojo el emblema del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), durante la jornada que IPS acompañó al grupo de trabajadoras.
"Estamos entendiendo lo que nuestros abuelos siempre nos dijeron: que la lucha era por una transformación social. Y la nuestra es una doble lucha: por los derechos laborales conquistados en más de 100 años y para definirnos como mujeres trabajadoras", explicó Peña en el cuartel general del movimiento, en esta capital.
El gobierno del conservador Felipe Calderón decretó la extinción de LFC, que suministraba el servicio eléctrico a 20 millones de personas en Ciudad de México y estados del centro del país, y comenzó la liquidación de sus 44.000 trabajadores, afiliados al SME, un aguerrido sindicato independiente.
Allí trabajaban 5.000 mujeres, 11 por ciento del total de la plantilla. Nueve de cada 10 de ellas eran jefas de familia, según cifras sindicales.
Las autoridades argumentaron deterioro del servicio, mora en el pago de grandes usuarios y una nomina excesiva para traspasar las operaciones de LFC a otra compañía estatal, en una medida criticada por la oposición política y que abrió una lucha por el derecho al trabajo con pocos antecedentes en México.
Un 51,3 por ciento de los más de 107 millones de habitantes de este país son mujeres y 25 por ciento de los hogares están a su cargo. Más de 37 por ciento de la fuerza laboral mexicana es femenina, pero solo la mitad trabaja en la economía formal y, en promedio, gana 37 por ciento menos que los varones en similares funciones.
Siete meses después de la liquidación de LFC, 20.000 trabajadores siguen su lucha para ser reenganchados en sus puestos. Las mujeres son 1.500.
Ellas impulsan su causa en universidades y sindicatos, elaboran pancartas y carteles, efectúan guardias y jornadas informativas y encabezan movilizaciones. En diciembre, se entrevistaron con la esposa del presidente, Margarita Zavala, y promovieron una huelga de hambre de 17 días, que forzó un fallido intento de negociación.
"Son la sal y la pimienta del movimiento", definió Octavio Arenas, ex jefe de dibujo de LFC, quien lleva delineados más 1.300 metros de pancartas desde que comenzó el conflicto. "Ellas se ponen al parejo (trabajan igual). No es fácil, son horas de trabajo y dolores fuertes en las rodillas y en las muñecas", contó.
A Peña, participar en el movimiento le supuso, además, un enorme esfuerzo de conciliación con sus hijas. "Ellas no se daban cuenta de la importancia de mi aportación económica a la casa hasta que vino el golpe", dijo.
Y cuenta que los ahorros le alcanzaron para un par de meses, pero luego, el jardín infantil privado al que iba su nieta de 4 años "dejó de ser prioritario" y tuvieron que ir a comedores populares del Gobierno del Distrito Federal, sede de esta capital.
"Al principio se enojaron por las carencias. Me pedían que aceptase la liquidación. Mi nieta me abrazaba las piernas y me decía: 'Tita, ¿ya te van a dar trabajo? ¿Ya vas a tener dinero para llevarme a la escuela?' Son cosas que a las mujeres nos pesan mucho y que me hacían pensar qué inhumano es este sistema", explicó.
"Entonces hablamos y les dije que teníamos que estar unidas, porque afuera la situación está muy difícil para las mujeres. Ahora ellas están pendientes de mí", dijo.
La gran campaña del gobierno para justificar la liquidación, tuvo un efecto colateral: pocos empleadores aceptan contratar a ex trabajadores de la empresa.
Por eso, las electricistas tuvieron que ingeniárselas para conseguir ingresos. Como Blanca Velázquez, quien cocina y vende quesadillas (tortas de maíz con rellenos diferentes) en la puerta de su casa, en un humilde barrio del oriente de la ciudad. O Elena Esquivel, quien vende helados caseros afuera de un centro infantil.
"La participación de las mujeres en esta lucha tiene muchos rostros: somos trabajadoras, madres, esposas, hijas. Nuestra reacción no podía haber sido diferente para defender lo que hicieron nuestros padres", dijo Cecilia Figueroa, responsable de Radio SME.
Su improvisada cabina en el Zócalo de Ciudad de México funciona a unos metros de donde están instaladas 10 trabajadoras que el 3 de mayo se sumaron a la huelga de hambre iniciada una semana antes por 80 compañeros.
"Ésta es una nueva generación de lucha, en la que hombres y mujeres van a la par", aseguró Celia Jiménez, la más joven de las huelguistas.
En la tienda de campaña donde cumplen su protesta hay flores, muñecos de peluche y algunas imágenes religiosas. Destaca un gran corazón de cartón, donde se dice: "Felicidades Mamá", que les regaló un compañero el 10 de mayo, cuando en México se festeja el Día de la Madre.
Para Rocío Higuera, la mayor, la familia es un tema doloroso. Sus cuatro hijos desaprobaron su participación en la huelga de hambre. Los dos varones más o menos lo han aceptado, pero no sus hijas, explica mientras le saltan las lagrimas. "Pero debo defender el derecho a tomar mis decisiones", dijo.
"Siempre tuve que luchar por eso en Luz y Fuerza, pero en el sindicato es diferente. Cuando inició esta lucha las mujeres no nos quedamos a un lado y los compañeros no nos hicieron a un lado. Al contrario, ellos mismos dicen que somos más arrojadas", dijo Higuera, que era jefa de oficina cuando se cerró la empresa donde estuvo 20 años.
Luego recupera la sonrisa: "Nosotras tenemos un lema: Cuando una mujer avanza, no hay hombre que la detenga", dijo.