México: Cardenales y mediocracia


Eduardo Ibarra Aguirre

Un día antes de cumplir el primer mes de huelga de hambre en pleno Zócalo capitalino, nueve trabajadoras y el secretario general del Sindicato Mexicano de Electricistas fueron recibidos, en la Catedral Metropolitana, en audiencia privada de 15 minutos, por el cardenal primado de México.

El encuentro tiene, en sí mismo, un valor inocultable, sobre todo proviniendo de Norberto Rivera Carrera, el cardenal que en julio próximo cumplirá cuatro años de interferir por medio de provocaciones desde el campanario las concentraciones organizadas por el movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador, mientras que cuando el de Macuspana era jefe de gobierno del Distrito Federal, Rivera no desaprovechó ocasión para tomarse la foto y obtener ventajas bastante terrenales para su Iglesia.

El señor que hace tres años llegó a sentirse papable, en virtud de los buenos oficios que interpuso Marcial Maciel Degollado --el pillo ahora demonizado por prácticas que ejerció durante seis décadas--, se comprometió –al decir de las ayunantes-- a interceder ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, donde se resolverá el juicio de amparo promovido por el SME contra el decreto de Felipe (del Sagrado Corazón) de Jesús Calderón Hinojosa de extinción de Luz y Fuerza del Centro y que de un plumazo dejó sin empleo a 44 mil 500 trabajadores.

Rivera Carrera también se comprometió, de acuerdo a la misma fuente, a visitar el campamento donde hasta ayer permanecían 63 ayunantes y fueron hospitalizados un total de 17, que en promedio perdieron ocho kilogramos de peso un mes después de huelga de hambre, aunque los primeros participantes bajaron hasta 16 kilos. También ofreció celebrar una misa y hacer mención al movimiento de resistencia sindical que se inició la misma media noche del 10 de octubre de 2009 en que el Ejército y la Policía Federal se apoderaron de los centros de trabajo.

Por lo pronto, en la liturgia de ayer del arzobispo no se dijo una sola palabra y la muy activa oficina de comunicación social guardó silencio sobre el encuentro. Valga insistir, el hecho en sí mismo es estimulante, sobre todo en las difíciles condiciones sociopolíticas en que los del Mexicano Electricista libran una gran batalla por sus fuentes de trabajo y su sindicato, a costa y riesgo de poner en juego la irrepetible vida; y en la tesitura de una Iglesia cada vez más comprometida con el poder público y los poderes fácticos, en la misma medida que se aleja de los sectores populares.

No deja de ser contrastante, como la noche respecto del día, la conducta de la jerarquía católica mexicana con la asumida por el cardenal Jaime Ortega Alamino al intermediar entre el gobierno de Raúl Castro Ruz y los huelguistas de hambre encabezados por Guillermo Fariñas Hernández, para regresar a los prisioneros a las provincias de origen y hospitalizar a los que lo requieran, pasos ambos para despejar los caminos de una solución negociada.

La privilegiadísima cobertura brindada por los grandes corporativos de la información y el comentario de Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Italia y España a los ayunantes cubanos contrasta también, y más brutalmente, con el práctico silencio de los primeros y el vacío informativo local del duopolio de la televisión y el monopolio de la radio ante los electricistas y sus demandas.

El gobierno hace esfuerzos denodados pero fallidos para metamorfosear en “saboteadores” a los que reclaman derechos laborales, monta provocaciones desde Palacio Nacional con soldados y responsabiliza a Martín Flores Esparza por la suerte de la salud de los huelguistas porque --según Roberto Gil Zuarth, subsecretario de Gobierno de la Secretaría de Gobernación--, el ayuno “no corresponde a un Estado democrático de derecho”. Si lo hubiera…