“Cuando me toque me voy, pero no claudicaré”


Jueves 15 de julio de 2010 Alberto Cuenca | El Universal

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Cayetano Cabrera Esteva no puede llorar. Ya no tiene lágrimas para hacerlo. Su cuerpo, todo él, se ha secado. Es un hombre de 46 años, pero parece un anciano de 65. Su piel tiene un color amarillento y ni sombra queda de ese señor que lucía bonachón y sonriente en la credencial que lo identifica como un trabajador electricista.

La foto de esa credencial es anterior a la huelga de hambre y hoy cuelga a un lado de su camastro, junto a un altar de la Santa Muerte.

Los 82 días que lleva de ayuno le han provocado daños irreversibles en el organismo. Ha perdido más de 25 kilos y los doctores que lo vigilan diagnosticaron que tiene bajísimos niveles de potasio, su hígado está muy dañado y corre el riesgo de sufrir en las siguientes horas una hipoglucemia o una insuficiencia cardiaca.

Sólo tenía cinco años como empleado de Luz y Fuerza cuando el gobierno federal desapareció a esa compañía, pero a pesar de la poca antigüedad laboral su posición es irreductible. “Me regresan mi trabajo y el de mis 44 mil compañeros o me voy hasta las últimas consecuencias”, dice el ingeniero.

Ya le informó a su esposa y a sus dos hijas que está dispuesto a perder la vida en este campamento que mantiene el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) en el Zócalo capitalino. “Mi familia en ningún momento me ha pedido que claudique o que me vaya a casa, al contrario, me dicen que siga con mi lucha. Están muy orgullosos. Les dije que voy a terminar aquí, porque para mí claudicar es como traicionar al movimiento”, reitera.

Cayetano Cabrera ofrece una entrevista a EL UNIVERSAL sin poderse levantar del camastro. Los médicos explican que ya no tiene fuerza ni siquiera para deambular. El ingeniero se encuentra postrado y así espera su muerte. Está tan convencido de ese desenlace que ayer pidió a los doctores que le quitaran el suero al que lo habían conectado desde el lunes, para que el final, si llega, sea rápido. “Siempre le digo a la Santa Muerte que cuando me toque, yo con mucho gusto me voy, pero mientras no me toque que me dé la fuerza suficiente para seguir”.

De rostro enjuto a fuerza del ayuno, Cayetano es el electricista con más días acumulados en esta huelga de hambre. Las huellas de esa lucha son evidentes desde que se atraviesa el hule que hace las veces de puerta en este campamento.

A pesar de la debilidad, Cayetano mantiene la vista fija en su interlocutor. Sin importar la resequedad de la boca hace un esfuerzo por elaborar frases directas y fluidas.

“No me considero un pilar del movimiento. He recibido varios calificativos de la prensa y de los compañeros de que soy un héroe, de que si muero voy a ser un mártir y ahorita soy un líder. Yo no coincido; yo nada más quiero que se me catalogue como un hombre de lucha. Estoy poniendo mi granito de arena, pero mártir, no me gusta esa palabra. No lo estoy haciendo con esa finalidad de quedar en la historia.”

Cada que habla se le quiebra la voz. Solloza, pero sin lágrimas. Dice que el único responsable de su muerte será “nuestro presidente Felipe Calderón”. El ingeniero también hace suyo al secretario del Trabajo, Javier Lozano. “Nuestro secretario me hizo una propuesta en el programa de Carmen Aristegui, de que me levante de la huelga y me da trabajo en la CFE. Yo rechazo la oferta, porque la huelga no es personal, mía o de mi familia”, responde.

Considera injusto que el gobierno se haya preocupado y pronunciado más por la huelga de hambre del cubano Guillermo Fariñas que por la de él y la de su compañero Miguel Ángel Ibarra, quien cumplió ya 78 días en ayuno.

“Que venga la muerte”

Miguel Ángel Ibarra es el otro huelguista. Para mostrar los estragos del ayuno, tiene junto a su camastro una foto que le tomaron el año pasado. En la imagen lleva el torso desnudo y posa para la cámara mostrando los bíceps, como si se tratara de un peleador de lucha libre, aunque la verdad la fotografía muestra a un hombre obeso.

Hoy Miguel Ángel ha perdido 25 kilos. Las ojeras y el rostro demacrado acentúan la mirada triste. Aún así se muestra desafiante. “Qué bueno que ya se está acercando el día de un deceso, para que ese (Calderón) vea a qué estamos dispuestos. Él piensa que nada más venimos aquí a espantar, amedrentar, pero no. Se va a dar cuenta que se va a llevar a unos electricistas”.

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