Astillero
Julio Hernández López
La ametralladora discursiva de Calderón dispara las mismas ráfagas: cifras alegres, estadísticas amables, propuestas optimistas, presunciones de éxito, voluntarismo sin sustento, burocratismo anémico, malabarismos presupuestales y la profunda convicción de que se puede hacer creer a la noche que es día si se cuenta con el respaldo mediático facturado. Felipe en su laberinto vuelve al lugar de los hechos y se topa con el rechazo general a sus planes de presunto reavivamiento juarense: en las calles, el hartazgo se estrella contra las murallas militares y policiacas tan sabidas, pero también en los ámbitos presuntamente controlados, en los interiores escenográficos donde se cree posible rodar películas agradables, se topa el precarista de Los Pinos con la crítica, las dudas y la descalificación.
Felipe, creyente de que Juárez Somos Rollo, promovió mesas de "trabajo, análisis y organización de la sociedad civil" que terminaron siendo simples destellos de demagogia programática y, ayer, cuando esas tareas falsas fueron denunciadas, el propio FC hubo de enredarse consigo mismo, aceptando que existe desconfianza y escepticismo y pronunciando una más de sus frases estelares: "Creo que hay cifras, que aunque sean verídicas, no necesariamente corresponde a la realidad". Junto a él, García Luna Productions y No Chávez PGR Films hacían como que no se enteraban de la irritación social que provocaban sus discursos llenos de bienaventuranza y oferentes de paraísos ya casi al alcance de la mala oratoria. Así tocado por el don de la clarividencia contradictoria, el iluminado michoacano reveló ayer que "las cosas en Juárez están delicadas", y, tal vez movidos sus resortes más íntimos por el asesinato de tres personas ligadas al consulado imperial, aceptó que "estamos presenciando el asesinato de personas probablemente ajenas a cualquier circunstancia delictiva. Hay un daño que se está haciendo a la sociedad". ¡Aleluya!
Los güeros intervencionistas no cayeron en los chafas juegos de ilusionismo gubernamental mexicano. La secretaria gringa de Seguridad, Janet Napolitano, se permitió, por ejemplo, negarle efectividad a los planes militares de guerra tan defendidos por el comandante Calderón: de nada ha servido la presencia del Ejército en Ciudad Juárez, dijo la funcionaria obamista en una especie de instrucción indirecta al manejo castrense felipista. En Gringolandia, mientras tanto, crecen las críticas al felipismo y se alienta el espíritu de la necesaria intervención en los asuntos mexicanos para prevenir que el incendio del vecino indolente llegue a los jardines primermundistas.
Bajo esas consideraciones, tal vez lo más interesante de la tercera visita de Felipe Calderón a escenarios blindados, técnicamente pertenecientes a Ciudad Juárez, fue que, aun cuando sucediera en otro contexto, al fin se hizo público el compromiso de matrimonio entre César Nava y la cantante Patylú. Aun cuando el tema debiera quedar en el plano estrictamente privado, la relevancia de los contrayentes alentó especulaciones de todo tipo. Entre ellas, el preguntarse si la institución del matrimonio civil estará en riesgo de que el todavía presidente del PAN desconozca más delante la existencia del contrato conyugal para luego darlo a conocer con todo y firmas (entre ellas, de "testigos de honor"), negándole validez y atribuyéndolo a que hubiera sido "forzado".
En varias ciudades del país se realizó lo que evidentemente no fue una huelga en términos económicos y laborales pero sí políticos: la huelga política nacional convocada para reiterar apoyo a los trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas que así dejaron pública constancia de que su lucha continúa. En la capital del país hubo enfrentamientos que en cierto momento llevaron a las fuerzas policiacas a hacer uso de granadas de gases lacrimógenos, en uno de esos lances con tan deplorable tino que las cargas irritantes fueron a parar a una guardería infantil de donde tuvieron que ser sacados con premura los bebés afectados. En otras poblaciones, como Necaxa, el uso de los policías para confrontar a manifestantes generó tal animadversión social que a la hora de cerrar esta columna se hablaba de unificación popular para resistir a las fuerzas "del orden". La inconformidad social se agrava, y Felipe cree posible enfrentarla con soldados y policías y con discursos y cifras irreales.
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